Acueducto de Segovia, dos siglos de historia

...y como si no pasara el tiempo para él.


Ahí está viendo pasar el tiempo, y como si la cosa no fuera con él. El acueducto de Segovia, con dos siglos a sus espaldas, se muestra tan lozano como posiblemente estaba cuando se levantó. Es la construcción de época romana que mejor se conserva en la Península Ibérica. Toda una magnífica obra de ingeniería que tenemos tan vista  y tan visitada, que ya casi no nos llama la atención. Hasta los mismos segovianos parece que le dieron la espalda cuando durante muchos años permitieron la circulación rodada entre sus arcos. Una osadía que puso en riesgo su conservación. Incluso hoy en día se nos antoja que los vehículos se aproximan demasiado a este monumento que, por sí solo, puede ser considerado Patrimonio de la Humanidad, un título que ya ostenta la ciudad.



La primera pregunta que hay que plantearse en su presencia es que cómo ha sido posible que haya llegado en tan perfecto estado de conservación hasta nuestros días. La respuesta es muy sencilla. Porque la finalidad para la que fue construido -llevar agua hasta la parte alta de la ciudad- se ha mantenido hasta hace bien pocos años. Todos sabemos que cuando algo es útil, se cuida, se mima, se acometen cuantas acciones sean necesarias para su conservación y se evitan aquellas otras que contribuyan a su deterioro. Y eso, y no otra cosa, es lo que ha pasado con esta obra civil de origen romano.


Hoy en día ya no transporta agua, pero sigue siendo útil. Es uno de los principales reclamos turísticos de la ciudad. Por lo tanto se puede afirmar que es una materia prima de primera calidad de esta compleja industria del turismo en la que la ciudad de Segovia tiene su principal fuente de riqueza. Así pues, no se puede saber si durante los próximos dos siglos, pero sí a medio plazo, su conservación está garantizada. Además, no parece probable que en la conciencia colectiva se produzca un retroceso en el afán conservacionista.


Cuando los turistas contemplan el Acueducto de Segovia admiran sus dimensiones, su armonía, su belleza, pero el asombro llega cuando indaga en los datos que dan forma a tan espectacular construcción. Levantado entre los siglos I y II después de Cristo, esta obra es solo el tramo final de la canalización con la que se traían las agua de la Fuenfría, situada a 17 kilómetros, hasta la ciudad. Este tramo final del acueducto, que es el que todos conocemos, está formado por 162 arcos. Su altura máxima, que coincide con la plaza del Azoguejo, es de veintiocho metros. Sus grandes sillares de granito están asentados unos sobre otros sin argamasa alguna. Todo un alarde de habilidad técnica que deja en evidencia a los más cotizados arquitectos de nuestros tiempos.

Una obra de tales dimensiones que es capaz de impresionar a los hombres del siglo XXI, mucho más debió de impresionar a los del medievo. Por ello es comprensible que en torno a él y su construcción se idearan múltiples y ficticias teorías. La más conocida es la Leyenda del Acueducto de Segovia que atribuye su construcción nada más y nada menos, que al mismísimo Diablo.

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