Parador de Guadalupe, un hotel para desconectar.

Joya extremeña que traspasa fronteras

Piscina del Parador de Guadalupe.
Los hoteles se pueden clasificar en función de sus características como rurales, urbanos, de naturaleza, de lujo, con encanto.... Pero hay algunos para los que necesitaríamos una nueva palabra con la que definirlos. Eso es lo que nos ocurre con el parador de Guadalupe, que es un poco rural por aquello de estar enclavado en un pequeño pueblo; también es un poco urbano por tener de vecino un edificio tan universal como es el Monasterio de Guadalupe; y es un poco de naturaleza por estar rodeado por las crestas apalachenses del Geoparque Vulluercas Ibores Jara; el lujo le viene dado por la marca de Paradores; y sus rincones rezuman romanticismo y encanto a raudales. Por todo ello, bien puede ser considerado como uno de los más emblemáticos de la red de Paradores Nacionales de Turismo.


Las instalaciones del Parador de Guadalupe se reparten entre las dependencias de dos antiguos y nobles edificios: el Hospital de Peregrinos y el Colegio de Infantes. No obstante, el huésped anda de un lado a otro sin saber a ciencia cierta lo que era un edificio y lo que era el otro. Tan sabiamente se han fundido hospital y colegio en una única instalación que, pese a los diferentes estilos arquitectónicos, todo conjuga con armonía.


Dos patios, uno tirando a mudéjar y otro a renacentista, están sombreados por las copas de naranjos y limoneros. En cualquiera de ellos el viajero puede disfrutar de una apacible velada en la que el silencio, casi místico, le lleva a los tiempos en los que Guadalupe escribía gloriosas páginas en la historia de España. Eran los tiempos de las andanzas colombinas por los mundos recién descubiertos. Otros jardines con una frondosa vegetación ocultan una coqueta piscina en la que refrescar los duros calores extremeños.

Las habitaciones del parador transmiten a sus inquilinos el mismo sosiego y reposo que el resto del edificio. Sencillas pero elegantes, sin barroquismos artificiales, indican al viajero que se encuentra en un noble e histórico edificio, pero perfectamente adaptado a las necesidades de los tiempos actuales. Desde sus balcones las vistas que se tienen del Monasterio son impagables. Un lugar en el que, extasiados por el embrujo de lugar, es demasiado fácil perder la noción del tiempo.


Aun con todo lo escrito en los párrafos anteriores, este parador no sería lo mismo sin la presencia del Monasterio. Nada más salir por la puerta, el huésped se da de bruces con la imponente construcción monacal. El conjunto fue declarado Monumento Nacional ya en 1879, lo cual ya dice mucho, pues hoy en día casi cualquier cosa es declarada monumento. La Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 1993. Por todo ello, huelga decir que su visita es imprescindible.

Guadalupe, la Puebla de Guadalupe, también inspira en el viajero esa sensación de paz interior. Recorre pausadamente las pocas calles que la configuran. Saborea ese aroma añejo que se desprende de cada uno de los infinitos detalles acumulados en las fachadas de generación en generación. Siéntate en alguna de las terrazas de su magnífica plaza a observar la fachada del monasterio, ...y déjate embriagar por las sensaciones.


A la hora de sentarse en la mesa, puedes dejarte embaucar por los platos más típicos como son las migas y la morcilla acompañados de un vino de pitarra. Si buscas algo más reconocido, pero también de la zona, ahí tienes los quesos con denominación de origen reconocida como son la torta del Casar o los quesos de Ibores y la Serena, El vino de la Denominación de Origen Ribera del Guadiana puede ser en este caso tu elección. No hay que olvidar que Extremadura es la Comunidad Autónoma que más litros de vino produce.

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