Tasas turísticas

Un saqueo de guante blanco. 

Los carteristas tienen como uno de sus principales objetivos para sus hurtos a los indefensos turistas. Los ven como víctimas vulnerables y con dinero fresco. Algo parecida debe ser la perspectiva de los máximos responsables de algunas administraciones municipales cuando aplican las tasas turísticas. Unas tasas que, por pequeñas que sean, no dejan de tener difícil justificación. 

Es de suponer que cualquier viajero en algún momento ha tenido que pasar por caja, tras pernoctar en un establecimiento hotelero, para pagar las tasas turísticas. Y también es de suponer que haya sentido un poco de frustración por tener que soportar ese impuesto al que no resulta fácil encontrarle justificación más allá de la avidez de algunas administraciones en su afán recaudatorio. 

También es cierto que la inmensa mayoría de los huéspedes no le da mayor importancia pues su importe es, en no pocas ocasiones, ridículo. Sobre todo si se compara con el coste total de la pernoctación. Claro que algunas corporaciones municipales, viendo la callada diligencia con la que los turistas pasan por el aro, cada vez aplican un importe mayor. 

Ahora bien, independientemente de la cuantía, que como se decía más arriba, casi siempre es ridícula, lo que es inadmisible es su justificación. Una tasa municipal viene dada por el coste de algún servicio prestado. Ahora hay que preguntarse, ¿qué servicio presta un ayuntamiento a un turista que se aloja en un establecimiento hostelero de la ciudad? 

Todos los servicios municipales que utiliza un viajero cuando duerme en un lugar son pagados a través de un precio que ya lleva aplicada su carga impositiva. Por poner un ejemplo, se puede decir que si consume agua al ducharse, cuando paga la estancia al hotel este ya ha tenido en cuenta dicho coste pues el empresario debe pagar el agua que se gasta en su establecimiento. Del mismo modo se puede decir de cualquier otro servicio municipal del que se sirva el turista. Por lo tanto, bien podría decirse que las tasas turísticas son una doble imposición. 

Incluso se puede ir mucho más lejos en la argumentación. Algunos servicios de los que disfrutan muchas ciudades solo son rentables gracias a la presencia de los turistas. El ejemplo más recurrente en este sentido es el de los aeropuertos. ¿Cuántos aeropuertos fantasmas habría en España si desaparecieran las líneas de bajo coste que son en las que principalmente viajan los turistas? 

Por lo tanto, los ayuntamientos, en vez de sablearles, deberían de hacer lo imposible para que vayan más turistas. Tener un aeropuerto es un privilegio para los ciudadanos de un municipio. Si este aeropuerto solo es posible gracias la presencia de un turismo masivo, ¿acaso no habría que mimarlo más? 

Otra cuestión sangrante que, además requeriría el estudio en un capítulo aparte, es el coste de aquellos servicios que utilizan principalmente los turistas. El paradigma es el de los traslados desde el aeropuerto al centro de la ciudad. Este tiene un precio muy por encima del coste real del servicio prestado. Todo parece indicar que se rige por la misma filosofía con la que se crean las tasas turísticas. Como sus principales usuarios son los turistas, pues a por ellos. 

Por todo lo dicho anteriormente se podría afirmar que las tasas turísticas son un saqueo en toda regla a los turistas. Eso sí. Un saqueo bajo el amparo legal de una normativa aprobada por unas corporaciones que, en algunas ocasiones, han sido condenadas por ser poco menos que un enjambre de corrupción. Y los turistas son una presa fácil para quienes gustan administrar (o mal administrar) el dinero público, que no deja de ser ajeno a los administradores.