Villa de Sepúlveda.

La ciudad dormida en el sueño medieval.

Santuario de la Virgen de la Peña.
Junto a la carretera por la que se llega a esta ciudad segoviana cuando se viene desde el coqueto pueblo de Pedraza se encuentra el conocido mirador de Zuloaga. Desde allí -leemos en un panel informativo- el pintor vasco captaba sobre el lienzo la belleza de esta "ciudad dormida en su sueño medieval". Con la panorámica que nos ofrece el viejo caserío encaramado sobre un collado, entenderemos mejor esa expresión. Pero la comprenderemos mucho más cuando, tras salvar la vaguada que forma el río Caslilla, nos adentremos en el dédalo de callejas empinadas que conforma el complicado trazado urbano.

Plaza de España. Sepúlveda, Segovia.

El centro neurálgico de la ciudad es, sin duda alguna, la plaza de España. Allí se dan cita tanto vecinos como visitantes. Pero hay que recorrer todas sus calles  para ir descubriendo en cada rincón infinidad de detalles ante los que detenerse. Iglesias románicas con sus característicos atrios de impronta segoviana, casonas blasonadas que hablan de la importancia de sus moradores, arcos y muros que nos hacen intuir lo recio de la muralla, construcciones que desafían la ley de la gravedad para ganar terreno en altura o el viejo cartel que nos recuerda lo que no debemos de hacer en la calle.

Vista general de Sepúlveda desde el mirador de Zuloaga.

La creación del hombre no tiene que estar reñida con la belleza de la naturaleza, y Sepúlveda es buena muestra de ello. En la parte de atrás del santuario de la Virgen de la Peña el viajero puede disfrutar de un aperitivo de la espectacularidad y la frondosidad que encierra el Parque Natural de las Hoces del Duratón. Así pues, si eres de los que tira más para la naturaleza que para lo urbano, puedes tener aquí el punto de partida para recorrer estos parajes dominados por el vuelo majestuoso de los centenares de buitres que anidan en las paredes rocosas de las hoces.

Calle de Sepúlveda, Segovia.

Muchos turistas llegan a Sepúlveda durante los fines de semana atraídos por el arte que atesoran sus iglesias románicas, o la belleza que encierran las famosas Hoces del Duratón, o por la historia escrita en piedras y blasones de las casas solariegas, pero aún hay otro reclamo, como mínimo, tan importante como los anteriores. Es el olor y sabor del cordero asado que se sirve en sus mesones. Uno no puede marcharse de esta villa castellana sin saborear el buen cordero asado en hornos de leña.

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