Castillo de Peñafiel.

Un buque pétreo anclado en tierras Castellanas.

Entrada al Castillo de Peñafiel.
El castillo de Peñafiel, en la provincia de Valladolid, no es el primero cuya estructura es asimilada a la del cascarón de un barco. Tampoco será el último. Pero lo cierto es que en pocas ocasiones, como en ésta, la comparación puede ser más acertada. Posee una planta alargada y estrecha. Uno de los extremos, el norte, termina en una pequeña torrecilla cuan si de la proa de un navío se tratara. La planta en el extremo contrario, en cambio es achatada, como la popa que deja tras de sí una estala blanca en los mares que surca. En medio, en la zona más ancha que apenas alcanza los 35 metros, frente a los 210 de largo, se yergue vigilante, del mismo modo que la cabina de mando, la torre del homenaje.


Los orígenes de la fortaleza se remontan al siglo X, cuando las luchas entre cristianos y musulmanes iban fraguando el futura de estas tierras castellanas. Durante diferentes momentos históricos, sus moradores, no solo ofrecieron dura resistencia al enemigo, sino que mostraron fidelidad a los suyos. Tal fue así, que esta noble virtud dio nombre a la localidad. "Penna Fidele", expresión latina de la cual deriva el nombre actual: Peñafiel.
Costado este del Castillo de Peñafiel, Valladolid.
Este castillo, a diferencia de lo que ocurre en otros muchos, ofrece un excelente estado de conservación. Además de estar habilitado para las visitas turísticas, su interior alberga el Museo Provincial del Vino. No podemos olvidar que nos encontramos en tierras vitivinícolas, en pleno corazón de la Denominación de Origen Ribera del Duero.

Durante las visitas a la fortaleza, cuando se sube a lo alto de la torre del homenaje, las vistas que se obtienen son magníficas. Una de las construcciones que más llama la atención al lado oriental son las bodegas Protos. Se trata de un edificio muy llamativo que simula un racimo de uvas cuyo diseñador fue el prestigioso arquitecto Richard Regers.
Patio norte del Castillo de Peñafiel, Valladolid.
Si cambiamos de lado y dirigimos nuestra mirada tras las almenas hacia poniente, vemos extenderse a nuestros pies la próspera localidad de Peñafiel. Entre su caserío enseguida distinguimos la Plaza del Coso. Se trata del otro gran atractivo del municipio que se nos antoja de obligada visita.

La plaza del Coso en sus orígenes fue el escenario en el que se desarrollaron justas y torneos medievales. Con el paso del tiempo, el recinto se convirtió en una popular plaza de toros -de ahí su nombre- en el que durante las fiestas de san Roque, en el mes de agosto, los bóvidos son los protagonistas. El domingo de resurrección, que pone fin a la Semana Santa, la plaza del Coso retoma el protagonismo con la bajada del Ángel. Un ritual que representa el anuncio de la resurrección de Cristo.
Castillo de Peñafiel desde la Plaza del Coso.
Una peculiaridad de esta plaza es que la propiedad de los balcones que a ella tienen vistas no coincide con la de las casas por las que se accede. Es por ello que los dueños de las viviendas están obligados a permitir el paso a los propietarios de los balcones los días de espectáculo. Viejas y curiosas servidumbres que, pese a los nuevos tiempos, siguen muy vivas.

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