Callejear por Cádiz.

Una experiencia única.

Mucho se ha dicho y escrito de la ciudad de Cádiz, y todo, o casi todo, bueno. Tal es así que es considerada una de las ciudades más hermosas de España. En cambio, de la tacita de plata, bella descripción que, de tanto repetirse, se ha convertido en todo un leimotiv,  no se puede destacar la grandeza de este o aquel monumento. Es necesario valorar el conjunto, el color, el ambiente y quizá, por encima de todo, la idiosincrasia tan peculiar de sus gentes. Una forma de ser que alcanza su máxima expresión durante las fiestas de carnaval.


Cádiz está asentada sobre un trozo de tierra unido a la Península Ibérica a través de un cordón umbilical que la convierte en parte de ella, pero, a su vez, con un ADN diferente. Esta circunstancia de estar cerca, pero separados, sirvió para que las Cortes españolas se refugiaran allí cuando las tropas napoleónicas campaban a sus anchas por la piel de toro. Y allí fue cuando un 19 de marzo de 1812 nació la primera Constitución Española, bautizada por el pueblo como La Pepa por haber sido aprobada en el día de San José (un ejemplo de la guasa gaditana).


Para llegar hoy al centro de la ciudad, hay que hacerlo a través de un espectacular puente. Una asombrosa obra de ingeniería. Ya en el centro, partiendo desde la plaza de San Juan de Dios, dónde se ubica el Ayuntamiento, hay que callejear pausadamente sin rumbo fijo. El Barrio del Pópulo, con sus calles adoquinadas y su tascas, va ofreciendo rincones y ambientes que van embaucando al viajero poco a poco.


Y de repente aparece la plaza de la Catedral, con esa fachada tan blanca, tan típica del sur. Pero hay que seguir callejeando para darse de bruces con la plaza de las Flores, y el Mercado Central. Un mercado reconvertido a las nuevas necesidades de la vida contemporánea. Pero ahí no acaba todo. Recorriendo sus callejuelas se pasa junto a la Torre Tavira, y se llega hasta la plaza de Falla. Alli, ante el Gran Tetaro Falla vuelve otra vez a la memoria la gran seña de identidad de Cadiz: el carnaval. Porque Cádiz, sin el carnaval, sería otra ciudad diferente a la actual.


Por lo tanto, A Cádiz se puede ir en cualquier época del año, pero también en carnaval. Mejor dicho, sobre todo en carnaval, cuando las chirigotas salen del Gran Teatro Falla y ocupan las calles. Es todo un espectáculo ver en cada rincón una comparsa congregando a su alrededor a los curiosos. Es admirable escuchar las punzadas dialécticas lanzadas al aire al ritmo de los característicos pitos de caña.


Tampoco hay que olvidar que, si Cadiz es poco menos que una isla, el mar es otro de los elementos fundamentales de su estampa. Pasear por el parque del Genovés o por cualquiera de los paseos marítimos es otra de las tareas imprescindibles de la ciudad. O tal vez, si has ido en la estación adecuada, disfrutar de alguna de las playas. Desde ellas verás la silueta de algunos de sus baluartes atentos a posibles invasores.

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